Los inicios de la vida de Cayeye son para todos un misterio, aunque su historia al lado de un colombiano, costeño también comenzó hace tan solo unos meses.
Cuando conocí a Cayeye se llamaba Aragorn, un “perrito” como todos le dicen, a pesar de ser un perrote enorme que donde va la gente lo mira con admiración, curiosidad y un poco de miedo. Cayeye vivía en una perrera comunal de la provincia de Lecce al sur de la región de Puglia, en Italia, a unas 3 horas de Bari donde actualmente resido, y amigos míos les cuento que fue amor a primera vista...
Desde que llegué a Italia, tenía como uno de mis objetivos darle un hogar y mucho amor a un perro. Vivi casi una década en Brasil y durante todo ese tiempo nunca pude adoptar un perro por espacio, tiempo y recursos económicos. Por eso cuando empezamos a trabajar en perreras (soy veterinario y trabajo con enfermedades zoonóticas y transmitidas por vectores) tenía la firme convicción de adoptar uno. En esos trabajos de campo, ya casi al final del recorrido en una jaula vi una sombra y de la nada salió él, un perro enorme que no niego al principio su presencia es bastante intimidante. Al preguntar sobre él a la responsable me dijo que era un perro muy tranquilo y dócil. Había llegado hace un año y pensaban que tenía al menos dos años. Tuvo un incidente en sus primeros meses en la perrera donde fue mordido en la nariz por otro perro. Aun así Cayeye no se volvió un perro agresivo y continuó a siendo un perro completamente tranquilo y dulce, y como mencione antes.. fue amor a primera vista. No pude dejar de pensar en adoptarlo y llevarlo conmigo a todos lados y hacerlo muy muy feliz. El único problema era que había llegado hace poco a Italia por lo cual no tenía un lugar estable para vivir. Eso fue en febrero de este año, por lo que antes de la pandemia y la cuarentena, me propuse a encontrar un lugar para mi y Cayeye.
Como pueden suponer no fue fácil... primero por las restricciones de la cuarentena y y segundo porque desafortunadamente perros de grande porte no son admitidos en la mayoría de los lugares.
Pero yo no podía dejar a Cayeye vivir para siempre en una perrera y menos porque era un perro gigante. Y así dos meses pasaron y yo seguía sin desistir en la idea de adoptar a Cayeye. Hasta que al fin encontramos un lugar a las afueras de la ciudad, tranquilo cerca al mar y donde muchos vecinos tenían perros. Después de encontrar un hogar para Cayeye, lo fui a buscar luego de un viaje de campo y claro al reencontrarlo él estaba super asustado, todo nuevo y desde ese momento su vida y la mía cambiaron para siempre...
Ha pasado apenas una semana y parece que Cayeye y yo hemos estado siempre juntos. El aún está acostumbrándose a su nueva vida pero cada dia me doy cuenta cuán noble y equilibrado es. Cayeye ahora es mi sombra, vamos a todos lados juntos. Va conmigo a la universidad, vamos todos los días a la playa como los dos costeños que somos, y cuando lo miro veo cada vez más el semblante de un perro feliz, por lo que aunque tener un perro grande conlleva mayores dificultades, ver esa carita de felicidad hace que todos los esfuerzos valgan la pena. Cayeye me cambió la vida y a medida que nos conozcamos más sé que tendremos una vida plena y feliz al lado del mar.
Y lo que todo el mundo me pregunta: ¿Por qué su nombre Cayeye si es un perro italiano? Pues porque Cayeye es un plato típico de la costa norte colombiana a base de plátano verde, y cómo mi perro Cayeye es un plato simple, sin pretensiones y pero en esencia muy muy costeño.
By: Jairo Mendoza, DVM, Msc, PhD, Valenzano (Bari), Italia.