Mi historia con Amigo empezó una tarde del año 2017. En esa época, éramos unos recién instalados en un apartamento cuando, de repente, llegó un visitante: Amigo. Él se invitó a tomar café y pasó a echarse en media sala. Con sus acciones, dejó muy claro que éramos amigos, pero de larguito: se dejaba ver, compartíamos espacios, pero jamás nos permitía acariciarlo, si nos acercábamos, de inmediato mordía o gruñía. Pese a este comportamiento, cuando parecía tranquilo vocalizaba mucho.
Así llegó “Amiguis” un par de veces más a pasear. Todavía seguíamos sin saber su nombre, entonces, lo llamamos Amigo. Esto, por ser el gato del vecino que, esporádicamente, nos visitaba. Uno de los siguientes días escuché unos gritos y me parecieron dirigidos a un animal, yo, como buena amante de estos salí a ver qué ocurría. Fue muy enfático, el encargado de los apartamentos me dijo, enojadísimo, mientras ahuyentaba a Amigo, que ese gato era peligroso y que ya había mordido a un par de personas.
Pasó el tiempo, Amigo seguía llegando a pasear y nos hicimos cada vez más cercanos. Él casi siempre pasaba solito en el apartamento de su dueño, por lo que un día, sin preguntar, solo decidió que quería dormir en mi cama. Ya cuando se dormía se tranquilizaba, entonces le podía acariciar la cabeza. Por meses estuvimos así, hasta que sorpresivamente el dueño de Amigo se mudó a otros apartamentos cercanos. Al parecer, Amigo no logró adaptarse a los nuevos apartamentos y seguía llegando todos los días al mío. Sin embargo, un día, por un inesperado infortunio, la que se tuvo que ir del antiguo apartamento fui yo. Desde entonces, pasó mucho tiempo sin que nos volviéramos a encontrar. Me contaban que durante el año 2018 seguía llegando a ese lugar, cada vez con menos frecuencia.
Pasó el tiempo, y cuando pensaba en Amigo me imaginaba que llevaba una vida bonita y normal con su dueño. En el año 2019, ya era de noche y yo me dirigía a recoger algo a donde un amigo que vivía en ese apartamento en que nos conocimos Amigo y yo. De repente, en el camino, nos encontramos con un gato que parecía muy enojado y en malas condiciones. Intenté acercarme, pero él huyó y gruñó; no obstante, cuando le hablamos se devolvió hacia nosotros maullando muy fuerte. Después de acercarse nuevamente, corrió, y para nuestra sorpresa, se dirigió al apartamento donde él me había conocido. Allí, se acostó en un sillón, le ofrecimos agua y comida (nunca la había aceptado en los años anteriores). Desde entonces, Amigo nunca más se volvió a ir de ese apartamento. Debo decir que no parecía el mismo gato de hacía dos años, pero era él, Amiguito, que nos había reconocido por nuestra voz y, de una vez, había corrido hacia el apartamento que ya conocía.
Al ver a Amigo tan deteriorado de salud, intentamos contactarnos con su anterior dueño para preguntarle qué era lo que le estaba pasando al gatito. Nos dijo que era alérgico a las pulgas y que no sabía cómo mantenerlo encerrado, que, de hecho, él pensaba que ya hacía tiempo ese gato se había muerto. Ya instalado en el apartamento, Amigo presentaba todas las características de un buen gato callejero: comía muchísimo y desesperadamente, era escapista, robaba comida, mordía, gruñía, aruñaba, peleaba con todos los gatos y perros que se encontraba y, además, escarbaba la basura.
Le dimos un medicamento para matarle las pulgas, pero él no mejoraba. Entonces, lo llevamos donde un dermatólogo por dos meses cada dos semanas y tampoco presentaba mejoría alguna. Descartamos leucemia, VIF, problemas hormonales, le realizamos exámenes de sangre y no hubo ninguna mejoría tampoco. Estuvo con dietas estrictas a ver si de alguna manera mejoraba, pero nada de esto dio un resultado positivo.
Un tiempo después, decidí cambiarlo de veterinario y fuimos donde otra dermatóloga. Ella recomendó cambiarle el alimento medicado porque parecía que lo que tenía Amigo era una alergia alimentaria. En la segunda cita, le comenté que a mí me resultaba muy extraño el comportamiento de Amiguito, que sí, más bien, no podría tratarse de algún padecimiento mental que lo estuviera afectado. Esto se lo expresé a ella, a pesar de que ya se lo había dicho a otras personas y nadie me creía. Quedamos en que yo le iba a hacer grabaciones para que ella observara lo que yo veía cotidianamente. Después de ver las grabaciones con algunos movimientos de Amiguito, me dijo que parecía tener un dolor neurológico, razón por la cual fue medicado con un fármaco especial.
Este medicamento al parecer, lo hacía sentirse levemente mejor. Antes de este tratamiento, Amigo no levantaba la cabecita, temblaba muchísimo, hacía movimientos involuntarios y olvidaba comer e ir a la caja de arena. Era muy frustrante. Estuvo con medicación y alimento especial por 4 meses, con baños semanales (valga decir que era como bañar a un jaguar), gasté más allá de lo que podía con mis ingresos de estudiante universitaria. Amigo, pese a todo esfuerzo, no mejoraba, y entre citas, medicamentos, y alimento, ya me encontraba desesperada.
Buscamos otro veterinario, pero seguimos en contacto con la dermatóloga. En este hospital, Amigo se convirtió en un sujeto de estudio, le hicieron biopsias, placas, raspados, entre otros, hasta que se descartó todo lo orgánico y lo diagnosticaron con un padecimiento: alopecia psicogénica. Una vez diagnosticado, tomó una serie de medicamentos recetados. Sin embargo, los problemas continuaban y Amiguito estaba pasando lo peor.
Este doctor me recomendó cambiar de alimento y empezar a hacer pruebas de alergia otra vez, esto levantó un poco el ánimo de Amigo, pues gracias a la recomendación empezó a comer pescado y huevos.
Con el tiempo, hablé con una etóloga de gatos, seguí leyendo artículos sobre estrés e hiperestesia, y decidí, yo sola, dejar de medicarlo. Ya estaba cansada de que su única manera de estar tranquilo fuera dormido por medicamentos. Todos me recomendaban dormirlo, pero cuando lo veía comer con tantas ganas, algo en Amigo me decía que él podía salir librado de esta cruel situación. Llegué a tener un poco de inseguridades para sacarlo a caminar, pues la gente se reía de verlo hacer movimientos involuntarios, de verlo tan delgado, vestido, con cuerpo alargado, sin pelo, enojado casi siempre y con una mamá enojada porque no aceptaba ningún chiste al respecto.
Pasó el tiempo, y le pedimos consejos a la dermatóloga de Amigo nuevamente. Ya, un poco resignada de que Amigo no iba a recuperar el pelaje, nos recomendó volver a bañarlo una vez a la semana y empezamos enriquecer el ambiente, con juegos de comida, rascadores y mejorar las interacciones.
Con el tiempo, también me he dado cuenta de haber cambiado por completo mis hábitos, he tenido muchos animales en mi vida, pero no con procesos como los de Amigo: sin seguridad de nada y siempre esperando una mala reacción. Actualmente, Miguito, como le decimos de cariño, está mejor que nunca, tiene al menos un poquito de pelo y se nota claramente más tranquilo. Además, se deja acariciar, abrazar, alzar, tiene personas favoritas y no le teme a las personas nuevas.
Tras esta mejoría, decidí hacerle un Instagram a Amigo, #elamigoansioso, y así contar su historia para las personas que están pasando por lo mismo con algún animalito. También, creé esta página por mí, me encanta poder hablar de esto, me libera. Además, encontré a etcovet, hablé con Fer y realmente fue muy motivador. Me resultó muy positivo escuchar las recomendaciones de alguien que conoce de este tema que para mí es tan nuevo. He compartido historias, he escuchado sobre otras personas que están pasando por procesos similares, he aprendido juegos para animar a Amigo y, además, he colaborado con casos similares a los del gatitos. Yo espero que, como Migo, los otros gatos que sufren estas separaciones, cambios de casa, que pasan tanto tiempo solos encuentren un buen lugar donde estar.
Me considero una persona preocupada por el bienestar de los animales, creo que es importantísimo contar con una red de apoyo para hablar, aprender y compartir sobre cada caso particular. Quiero recalcar que, a diferencia de lo que mucha gente piensa, los animales domésticos requieren mucho más que agua y comida. Necesitamos trabajar en su salud mental y en su estabilidad emocional. Esto implica atención, interacciones positivas, un ambiente adecuado, y sobre todo, mucho amor.